miércoles, 2 de agosto de 2017

Frutiger on Ice: un cálido (y frío) homenaje

En uno de los más hermosos homenajes, el espectáculo Frutiger on Ice recorre la vida del célebre tipógrafo, sus logros, sus dificultades y sus sueños. Los puntos más altos —sin dudas— son aquellos en los que los patinadores van dejando la impronta del mapa de caracteres completo de la tipografía que lleva su nombre en el hielo, o representan los pictogramas de la señalética del aeropuerto Charles de Gaulle.
Sin embargo, es probable que los cuarenta minutos en la representación de las horas, días y meses sentado ajustando el peso óptico de los signos o los largos cincuenta minutos dedicados al desarrollo de el sistema de variables de Univers hayan resultado difíciles de digerir para el público menos informado. Según palabras del director del espectáculo —Héctor Kobayashi—, Adrian era tan meticuloso que no hubiera aprobado una versión menos fiel.
Para colmo, cuando la gente esperaba el gran final, comenzó el demasiado largo monólogo del personaje que representaba a Frutiger, con una gran cabeza de papel maché, en el que explicaba la nomenclatura completa y el sistema de numeración para diferenciar pesos, anchos y eje, que incluso era abierto a preguntas del público.

La siempre dura crítica tipográfica fustigó al espectáculo y cuestionó la primacía de la divulgación y el rigor histórico por sobre las más elementales reglas del show business. Los más malvados llegaron a preguntarse si —dado que se hablaba principalmente de tipografías de palo seco— si eran necesarios los patines.



domingo, 20 de noviembre de 2016

martes, 5 de enero de 2016

El malogrado talento tipográfico de Teresa Ascasubi

Teresa Flora Ascasubi, la menor de los Ascasubi, nacida en el corazón de la alta alcurnia, fue la niña mimada del viejo Nicanor Ascasubi. A tal punto que este no solamente consintió que estudiara, sino que apenas le reprochó tibiamente que su interés se volcara a la tipografía.

Se trató de una de esas personas dotadas que tuvo la mala suerte de que su talento se ha expresado por canales ásperos para, no digamos ya la idolatría, sino siquiera para la aceptación popular o al menos la académica, que debería poder prescindir de las formas y los modos y reconocer la solidez de una propuesta.
No quiero que los rodeos (around the Hussein, como dirían los iraquíes) desalienten al lector antes de que pueda entrar de lleno en el nudo del asunto.
Vamos directo al momento puntual en que en Teresa —ignota tipógrafa, incapaz de vender alguna de sus pobres creaciones— va al baño a defecar (pemítaseme la crudeza del vocabulario) con la indiferente perspectiva de un placentero trámite cotidiano.
Teresa se pone de pie y —como todo el mundo— mira el bendito producto de su vientre. Una forma que hubiera sido inadvertida por un cajero de supermercado o un empleado gastronómico, llama la atención de nuestra heroína, formada en los sutiles matices de las curvaturas, contraformas y remates.
Un ampersand sobrio y exuberante a la vez yace —majestuoso y perfecto— semisumergido.

¿Qué hacer?
A Teresa se le mezclan las sensaciones de satisfacción y fastidio.
¿Por qué así? ¿Por qué ahí?
A la bronca inicial le sigue la certidumbre de lo efímero, al igual que aquel personaje del cuento que está solo en la playa en la que Picasso acaba de dibujar con un palo en la arena poco antes de que suba la marea, Teresa no tiene cámara fotográfica. Decide tomar apuntes del natural para conservar esa manifestación de su mundo interior (por si las moscas).
El formol, además de presentar severos problemas logísticos, implicaba la manipulación con el riesgo de la pérdida de alguna sutileza o matiz de signo tan perfecto que cualquier modificación solo podía empeorarlo. Además no había ninguna certeza de que el milagro fuera a repetirse.

Dicen los perezosos de la ciencia que un rayo no cae dos veces en el mismo lugar, confundiendo una improbabilidad estadística con la verdad.
Cualquiera puede poner una pelota en el ángulo alguna vez, pero cuando lo maravilloso se repite con frecuencia podemos hablar de talento, porque la suerte no suele ser tan generosa. La cosa es que cada rayo empezó a caer demasiado cerca de su predecesor.
Para hablar claro: Teresa Ascasubi iba al baño una vez por día y el producto era una letra, un número o un signo no alfabético diferente, de fantástica factura, que sistemáticamente era dibujado en la libreta de apuntes que ella llevaba a todas partes, ya que su irregularidad intestinal le hacía imposible prever la urgencia del talento. Suponía —tal vez con razón— que la pérdida del registro de un signo dejaría un hueco en mapa de caracteres, ya que su organización gastrointestinal —como sea que diera lugar a este fenómeno— era indiferente al registro*.


Hay en muchos de nosotros un punto de inflexión en el que la alegría por lo que se tiene se transforma en ansiedad por lo que falta. Un sentimiento de clase media en el que el agujero empieza a crecer hasta la obsesión y el placer deja lugar a la insatisfacción.

En Teresa, de pobres resultados a través de los medios tradicionales de diseño de tipografías, este milagro empezó a pesar demasiado. ¿Y si no era capaz de completar la familia tipográfica? Probó dibujar mirando las fotos, tratando de entender los criterios intestinales que funcionaban como recurrencias de su sistema, pero el resultado era muy desalentador. No había caso. Cuando quiso dibujar bien le salió como el culo, y paradójicamente, cuando quiso dibujar como el culo le salió mal.

Todos sabemos que un posible efecto de la ansiedad es el excesivo control. Lo que en otros es bloqueo creativo, en Teresa podríamos llamarlo tránsito lento, con las previsibles consecuencias: cuando uno más quiere menos sale, y cuando sale hay algo forzado. Para usar una analogía que el lector siempre agradece en estos temas algo escatológicos, un exceso de cocción también arruina la torta.
Los glifos ya no tenían la misma plasticidad, se los notaba rígidos, casi modulares.
Asoman signos de desesperación en Teresa (pero no de la forma que ustedes están pensando), cambia su carácter (tampoco en la forma que están pensando), lo que le preocupa aún más, ya que sospecha que hasta tanto no recupere cierto equilibrio espiritual, estas tensiones se reflejarán en los signos.
Gracias a un laxante que le prescribe un médico amigo, la Ascasubi produce todos los números en un día, pero las curvas tienen otra velocidad, los pesos se hacen desparejos y le queda claro que las soluciones artificiales no le servirán.

Unas vacaciones y un cambio de dieta colaboran con el proyecto, que de a poco vuelve a encaminarse. Teresa Ascasubi se envalentona y promociona su producto aun antes de terminar. El plazo final se acerca, pero ella razona que el apuro no debería ser contraproducente, porque a lo sumo tendrá que terminar cagando, y eso no la asusta.

A poco tiempo del final restan diacríticos y signos de puntuación. Es momento de autolimitarse. La Ascasubi restringe su dieta, las cosas empìezan a encaminarse a su final cuando negras nubes aparecen en el horizonte creativo. Las nacientes hemorroides amenazan con echar por la borda el enorme esfuerzo de nuestra heroína. Un rápido tratamiento permite a Teresa finalizar su propuesta, llevarla al plomo y venderla. Nadie sospecha los íntimos procesos de diseño que han dado lugar a la impecable e instantáneamente exitosa creación.

Estimulada por el reconocimiento, Teresa Ascasubi investiga secretamente las dietas más apropiadas para generar variables de peso y entrena sus esfínteres para la ardua tarea de generar una familia de trazo gradual. Su trabajo la eleva a un lugar destacado en la consideración de los tipógrafos. Pero las novedades pasan y la fama se desvanece rápidamente. Quien ha estado a la sombra de otros durante toda su vida no resigna fácilmente los primeros planos, y es entonces cuando comete un imperdonable error. Buscando recuperar cierta notoriedad, da una entrevista a U&lc en la que explica su forma de trabajo.

Ya era difícil ser mujer y tipógrafa, y todo se pone peor una vez blanqueado el método de diseño.
Primero fue la incredulidad, y pronto la burla que saltó rápidamente del limitado ámbito tipográfico al conocimiento público. Ya no hubo vuelta atrás. Teresa ya no pudo salir a la calle sin ser sometida al cruel escarnio.

Las pacatas fundidoras retiraron sus tipografías de la venta, su padre la desheredó y la Ascasubi comenzó a caer en el pozo ciego de la depresión. Ya en bancarrota —forzada por las circunstancias— hizo algunas publicidades de productos contra el estreñimiento y la diarrea. La última fue de un papel higiénico ultra resistente con el que poco después se colgó.

Quiero homenajear hoy a una mujer que estaba destinada a quedar en los anales de la tipografía, pero cuyo recuerdo se disolvió en las cloacas del olvido.

A veces Dios toca a sus criaturas con tal intensidad que su amoroso dedo las atraviesa hasta que se desangran.

* No deja de maravillarnos hoy que los signos hayan sido del mismo tamaño, considerando que su producción implicaba necesariamente ir(se) de cuerpo.

[Extraído del libro La tipografía visceral. Análisis de la obra de Teresa Flora Ascasubi, de Ana L. Sorullo]

lunes, 28 de septiembre de 2015

Un encuentro fantástico

Pido disculpas por anticipado al talentoso tipógrafo argentino Eduardo Tunni, sin cuya involuntaria participación este encuentro no podría haberse producido.

Sentados alrededor de una mesa de la pizzería Los Inmortales, charlan cuatro tipos.
—Hola, yo soy René Descartes, nací en París, probablemente se acuerden de mi frase: “pienso, luego existo”. También soy el creador de los ejes cartesianos.
—Hola, yo soy Claude Garamond, ¡qué loco!, yo también nací en París y soy el creador de la mejor tipografía, que todos tienen en sus ordenadores, y que me ha hecho famoso.
—¿Comic sans? —preguntó Descartes
Claude Garamond lo miró mal.
—“Pienso, luego digo boludeces” —dijo, mientras revolvía su Coca Light para quitarle algo de gas.
—No te enojés, es un chiste
—¿Arial? —Preguntó Pierre Bezier.
—¿Vos quién sos? —preguntó Garamond.
—Hola, aunque les parezca increíble, yo también nací en París, soy Pierre Bezier, creador de las curvas que llevan mi nombre. Gracias a mis desarrollos se han podido digitalizar tus tipografías.
—Y no hubieras podido desarrollarlo sin los ejes cartesianos —dijo Descartes defendiendo su quintita.
—Hola, yo soy Ramiro Funes Mori, seguramente se acuerdan de mí por un gol que le hice a Boca en la bombonera y nos hizo ganar el partido...
—De un corner mal cobrado, ese gol no debería haber sucedido —agregó Bezier.
—La única verdad es la realidad —dijo Garamond, que como todos saben era peronista.
—Vos sos gallina —acusó Bezier.
—No, yo soy de Racing*
—Eso es absurdo —sentenció Descartes
—¿Estamos cuatro tipos que no fueron contemporáneos charlando en una pizzería de Buenos Aires y a vos te parece absurdo que yo sea de Racing?, para ser racionalista sos bastante pelandrún —retrucó Bezier, con un vocabulario más propio de su época.
—Che, no se peleen, que los tres tenemos cosas en común, —intentó conciliar Claude Garamond— nacimos en París y gracias a nuestras creaciones millones de personas disfrutan hoy de la tipografía digital .
—Incluso de Comic sans —aportó Descartes ya en tono desafiante.
—René, muzzarella —sugirió Garamond.
—Para mí fugazza —pidio Bezier, que no entendió del todo a qué se refería Claude.
—Yo no nací en París... —dijo Funes Mori, y cuando le hice ese gol a Boca ustedes tres ya estaban muertos.
—O tal vez los cuatro, chicaneó Bezier.
—¡Callate bostero! —dijo Descartes—, aunque es verdad, no logro explicarme tu presencia en esta mesa.
—Como no había otra, el mozo me ubicó en esta.
—Si bien yo soy de Racing* —dijo Garamond— debo decir que ese gol no ha hecho nada por la tipografía, como para justificar tu presencia en esta historia.
René Descartes, ya cebado, ya aprovechaba cualquier ocasión para molestar a Claude.
—Y tú no has ganado nada —le dijo, imitando espantosamente un acento paraguayo.
—No seas tan plomo que me agarra el saturnismo —contestó Claude ingeniosamente. A René no le causó mucha gracia, pero Bezier y Funes Mori festejaron la ocurrencia, aunque Ramiro no la entendió.
—No dejemos que este conflicto se agrande, aunque gracias a mí se puede agrandar o achicar sin perder calidad —intervino Pierre Bezier un poco para cambiar el clima y otro poco para hacerse el gracioso.
—El que está agrandado es este idiota —insistió Garamond. Te voy a meter la pizza ahí donde se te cruzan las abcisas y las ordenadas.
—Desordenada te voy a dejar la cara.
—¿Vos y cuántos filósofos más? —Claude Garamond ya echaba espuma por la boca.
—Pienso, luego te cago a trompadas —dijo Descartes, a esta altura totalmente fuera de eje— a vos y a todos los tipógrafos.
—Vos pensá si querés seguir existiendo —contestó Garamond arremangándose.
—Aflojá Claude —dijo Bezier, que nunca perdía el control—, ¿No ves que lo dice para hacerte calentar?
—No descartes que te surta —dijo René mirándolo socarronamente.
—Cartesiano, agarramela con la...
—¡¡¡Claude!!! —interrumpieron Pierre y Ramiro

Pero ya era tarde, de las palabras pasaron a los hechos. Entre manotazo y manotazo, Funes Mori aprovechaba para recordarles a todos aquel gol en la Bombonera.
Finalmente Garamond y Descartes —totalmente descontrolados— fueron sacados entre cuatro de la pizzería y discutieron airadamente hasta que llegó la policía, que evitó que las cosas pasaran a mayores.

Ya calmadas las aguas, Descartes —que era matemático— dividió entre cuatro el valor de lo que habían consumido y de alguna manera Ramiro Funes Mori terminó pagando casi todo, aunque después lo vendieron a Inglaterra y recuperó la plata.


* de París

martes, 25 de agosto de 2015

Conversaciones con Sesuda X

Acerca de la ilusión del progreso y la postergación de las necesidades básicas

Una fila de monjes aguardaba frente a una casilla cuando Sesuda se acercó. Hizo un gesto de contrariedad cuando descubrió que el último era el joven Tsetsuko.
–¿Por qué estás con estos hombres en lugar de meditar solo?
–Esperaba mi turno.
–Cuando esperas te alejas de la felicidad.
–¿Se puede estar solo y ser feliz?
–La felicidad no puede depender de los demás, cuando esperas pones la felicidad afuera.                                                                                 
–¿Es preferible estar solo, entonces?
–Solo nos realizamos completamente con el otro, es importante estar con el otro.
–¿Quién es el otro?
–Es un ejemplo, “el otro” son los otros, cualquier otro.
–¿Soy yo también el otro?
–No, tú eres un refrigerador*.
–¿Acaso no soy también un otro?
–Tú eres tú, pero para mí es importante estar con otro.
–¿Puedo ser tu otro?
–En otro momento.
–En la vida todos son momentos, ¿acaso no seré tu otro aunque no quieras? Me quedaré.
–A veces el hombre necesita la soledad para encontrarse con su interior.
–¿Es buena la soledad?
–Revolea demasiado el poncho, para mi gusto
–¿Quieres que me vaya?
–la decisión es tuya, nos vemos más tarde.
–Me siento rechazado.
–Si te desapegas no podrás sentir el rechazo porque no hay adhesión.
–¿Se puede tener sentimientos sin apego?
–Los sentimientos nos esclavizan.
–¿La esclavitud es un sentimiento?
–No puedo parar...
–¿Podemos negarnos a la esclavitud?
–Debemos negarnos activamente, para no esperar que alguien nos libere.
–Decirle sí a Lincoln.
–En fin, te hablo con el corazón y me contestas con el estómago.
–¿Esperar a Lincoln sería una dulce espera?
–Lo viejo gesta lo nuevo.
–Yo si está vencida no la como.
–Quien hoy está vencido mañana puede ser vencedor.
–No hay que escupir para arriba,
–¡Ese es mi pollo!
–En ese caso hay que dar un paso al costado, ¿verdad?
–El hombre que deja de avanzar empieza a morir.
–Y atrasa la fila.
–Esa fila ya te está deteniendo, la vida es movimiento.
–¿Acaso si me salgo de la fila no moriré?
–A veces para trascender la vida hay que salirse de la fila que forman otros, iniciar nuestro camino sin nadie por delante.
–Si me voy pierdo mi espacio.
–La eterna ilusión de la posesión. El espacio es, no se tiene, cuando tu alma abandone tu cuerpo no se llevará ningún espacio con ella.
–Tengo miedo de no encontrar algo mejor.
–Encontrar tu propio lugar puede dar miedo, pero es donde hallarás el zen.
–¿Acaso este lugar que tengo es una ilusión? ¿Tratas de decirme que el tiempo no importa? ¿que llegar antes no sirve de nada?
–El apuro es un mal maestro. Ve a meditar.
–Pero...
–Cuando no cuestiones y aceptes la sugerencia de un maestro serás más sabio.

El joven Tsetsuko abandonó la fila del baño para ir a meditar. El maestro Sesuda se acercó al monje que tenía adelante y le preguntó:

–¿Por qué estás con estos hombres en lugar de meditar solo?

martes, 21 de julio de 2015

De la historia se baja por atrás

Ya me veo venir las críticas. ¡anacronismo!, ¡anamorfosis!, ¡anaximandro! (lo que pasa es que las veo venir desde muy lejos y no las distingo bien).
Otros, los puristas ortográficos, dirán “línea” va con tilde. Pero la enormísima mayoría no criticará (más por indiferencia que por tolerancia).
Alguien catalogó al fútbol como “pasión de multitudes". Parafraseándolo muy libremente puedo calificar a mis informes como “leve simpatía de cuatro o cinco siempre y cuando no tengan otras cosas que hacer”, pero lo mío es sacerdocio (quiero que me mantenga el Estado, porque nunca me gustó trabajar).
Pero volvamos a nuestro héroe, desacreditado por la academia, pero especialmente por el banco, que le retiró la tarjeta (aunque conservó la Sube).
Tal vez lo mío es utópico, pero como dijera Tomás Moro, chofer de la línea 22, en “el fondo hay no-lugar”.


miércoles, 13 de mayo de 2015

Un polémico impresor renacentista, ¿pío o hereje?


La carrera de este promisorio impresor, mimado por el papa Obdulio I, cayó en desgracia cuando presentó su maravillosa Biblia ante el concilio de cardenales.
Quizá se trató de desconocimiento de los férreos códigos de protocolo del Vaticano, es difícil asegurarlo. Otros investigadores sugieren que se trató de una apuesta que había realizado con miembros de su taller.
Lo cierto es que —frente a los prelados— apenas alcanzó a pronunciar las primeras palabras. “En este lugar sagrado, donde acude tanta gente...”.
Ludovico Della Faina fue echado a patadas y vanos fueron los intentos de disculparse.

Con gran dolor por ser incomprendido, perdido el apoyo de la Iglesia y buscando reivindicarse, se recluyó para dedicarse a estudiar y publicar una serie de libros que puso de manifiesto su gran erudición, así como su devoción religiosa. Con ellos esperaba volver a congraciarse con el clero.

Editó cuatro libros sucesivos —de su autoría—  acerca de las bulas papales, exégesis, interpretación, análisis de su cumplimiento e implicancias. Casi ensayos de teología y sociología.

El primero de los libros fue “Hasta las bulas”, que se trató de un análisis pormenorizado de la situación de los católicos antes y después de cada promulgación.
Le siguió “Las bulas llenas”, un estudio acerca de la saturación de la feligresía ante la suma de imposiciones eclesiásticas, particularmente represivas.
Algo más tarde publicó “Las bulas por el piso”, un detalle de los actos de desafío a las disposiciones papales, hoy es considerado la piedra fundacional del cisma religioso.
El último libro de la serie fue “Bulas tristes”, que expresa el pesar ante la desaparición física del papa Obdulio I, tal vez no el más lúcido, pero sin dudas el más célebre promulgador de bulas (nunca más de tres en un año, ya que eso era considerado bullying y no estaba bien visto).

Incomprensiblemente, sus libros no cayeron bien en la santa sede, los cardenales todavía no podían dilucidar si se trataba de un gran devoto o de un desubicado. Finalmente —por las dudas— decidieron excomulgarlo, quemar toda su producción, cerrar su taller y prohibir su sola mención. Seguramente por eso es hoy tan poco conocido. ¿Será Francisco quien finalmente tenga un gesto de grandeza y lo perdone?

Se dice que desengañado por el rechazo papal, Ludovico se entrevistó con Martín Lutero y le empezó a llenar la cabeza con nuevas ideas (pero es probable que no sea cierto sino bulas que se corren).

martes, 10 de febrero de 2015

Polifilo, Manuzio y el hombre que le ahorró millones al Museo Británico

En el marco de los 500 años del fallecimiento de Aldo Manuzio, recientemente el Museo Británico se propuso adquirir uno de los más curiosos y espectaculares ejemplares del incunable manuziano "Hypnerotomachia Poliphili".
Su valor se Incrementa por el hecho de estar firmado de puño y letra por el impresor.


Sin embargo Sir Robert Whitnihiuston, célebre perito bibliológico y referente incuestionable de las ediciones renacentistas, acaba de recomendarle que desista de la compra del maravilloso ejemplar.
Whitnihiuston fundamenta su recomendación en cierto escepticismo con respecto a la autenticidad del incunable.
Sus dudas se basan —fundamentalmente— en que algo en el papel no coincide exactamente con otros incunables manuzianos, la tinta en ciertas páginas se ha decolorado de manera inconsistente con la esperable de acuerdo al tiempo transcurrido y las condiciones atmosférico-ambientales, Algunos pocos justificados del texto desmienten la obsesión del meticuloso Aldo por un gris homogéneo.
Por si fuera poco, la encuadernación muestra pequeñas inconsistencias con la esperable en semejante edición.
Además, con la entrenada mirada propia de los expertos, y en interconsulta con zoólogos, marinos mercantes y dibujantes, Whitnihiuston detecta una levísima variación en el ángulo de torsión del delfín alrededor del ancla en la célebre marca del impresor.

Finalmente, también nosotros dudamos de que este incunable sea realmente un producto de la imprenta aldina, ya que la legibilidad no era un dato menor para estos hombres de letras. Francesco Griffo lo hubiera impugnado, y Manuzio mismo hubiera advertido que Comic Sans no se lee bien en cuerpos pequeños.

sábado, 7 de febrero de 2015

Blogrolls, enlaces y comenzar a tejer una red que amortigüe la inevitable caída

He añadido un par de enlaces de sitios relacionados con la tipografía y el diseño (unos tipos duros y cátedra Cosgaya) en el blog (preguntaleagunther@blogspot.com.ar). Lo he hecho sin su consentimiento explícito. Si alguno de ellos desea ser removido no tiene más que solicitarlo.
Tampoco pretendo reciprocidad, aunque se agradezca.

Por otro lado quiero ofrecer a quien tenga un sitio o blog relacionado con el diseño, la tipografía, el budismo zen o actividad afín a los acotados intereses de este blog, y desee ser incluido en esa lista de enlaces, que me lo sugiera. El Honorable Comité Editorial (yo) evaluará la pertinencia del mismo. 

Con esta audaz campaña, el equipo de marketing del blog (yo) aspira a que alguno entre, aunque sea por error. Y alcanzaría modestos niveles de éxtasis si alguien —incluso— dejara algún comentario.
Se trata de uno de los últimos recursos antes del abandono definitivo de la actividad para dedicarme a tareas productivas o bien al alcoholismo.
En fin, que me puse melancólico.

sábado, 17 de enero de 2015

Narcotipografía, un nuevo aporte

Si entendemos a la adicción como la falta de palabras, nos cuesta pensar en Manfredo Escobar como un adicto. Lo cierto es que una vez preso, ya fuera del demandante circuito de la transacción cotidiana, Escobar encuentra las palabras y escribe un tratado que puede considerarse un hito de la rehabilitación tipográfica.
Pero las paredes de la cárcel son como una membrana que filtra unidireccionalmente. Nada sale con facilidad, y tal vez ese sea el motivo por el cual se conoce tan poco de la obra de este estudioso, que algún día será reconocido como un precursor de la investigación narcotipográfica.
Si bien fue muy criticado, supo cómo sacar provecho de su encierro.
A otros ser blanco de la crítica los hubiera hecho polvo. A él —por el contrario— ser blanco y ser polvo lo estimuló aún más.
Sumamos así bibliografía al despoblado estante de una disciplina en la que aún hay mucho campo por investigar.


lunes, 5 de enero de 2015

El espaciado como manifestación del inconsciente

Roberto Apfelmasterchef, el talentoso director de la revista “Nodo y más”, que se ocupaba de tipografía y temas misceláneos, siempre lamentó profundamente la incapacidad de sus colaboradores para notar los asuntos relativos al espaciado, lo que disminuía notablemente la calidad de la publicación.
Esta falta de sensibilidad en quienes lo rodeaban siempre lo afligió.




El inconsciente opera de maneras extrañas. En su caso provocaba una compulsión de retocar la marca de la revista. No sabía por qué, pero número a número modificaba casi imperceptiblemente el espaciado.
Como sucede con muchos actos compulsivos, la irracional búsqueda de satisfacción suele provocar el efecto contrario. Momentáneamente alivia, pero pronto se siente como insuficiente y se recae.




Después de cada edición, Apfelmasterchef se disponía a encarar el tema con sus subordinados, pero —por su personalidad— se le hacía difícil confrontarlos.
La frustración crecía y él la canalizaba a través de lo que los tipopsicólogos caracterizan como kernopatía.
Se proponía no volver a tocar la marca, pero recaía en cada nueva edición. Antes de que el último número de la revista estuviera en la calle, se quitó la vida.
Sus amigos y colaboradores se sorprendieron y lamentaron no haber notado antes que algo andaba mal, para descubrir más tarde que si hubieran prestado atención, algún indicio habrían encontrado en las tapas, que siempre han sido responsabilidad de Apfelmasterchef.

La última revista se transformó en un mudo reproche y enseñanza para su staff, que ya no pudo volver a ser indiferente al espaciado nunca más.




miércoles, 31 de diciembre de 2014

Feliz año

No quiero dejar pasa este fin de año sin saludar a los que me acompañaron en este proyecto a pesar de mis carencias, falencias, creencias y ausencias.
Hago un balance citando a Borges, “he cometido el peor de los pecados, no fui a Disneyworld”

Este proyecto buscó infructuosamente ser un grano en el cutis de la historia, un sarpullido en la epidermis del conocimiento, un pelo encarnado en la piel del pasado, una mosca en el vitel toné de la investigación, una odisea del espacio y el tiempo, un salpicón de incertezas, un cabello en la sopa de la academia, un choripán en la última cena, una nube celeste en un cielo blanco, un germen de trigo en el italpark del destino.

Debo admitir que el establishment tipográfico me sonríe complaciente mientras las entradas de favor para Holiday on Ice se las regala a otros, que la Academia de la Historia no me recibe ni aunque lleve medialunas para el mate, y que el probable que nada de esto cambie en 2015, pero como escribiera oportunamente Immanuel Kant*, “el que quiera nadar un rato, como un pato, como un pez, que se saque los zapatos como yo me los saqué”.

Gracias por todo, feliz año nuevo.

* Sí, ya sé.

domingo, 23 de noviembre de 2014

El noble Heriberto, software y gastronomía regional

¿Cuántos genios quedan a la vera del camino de la celebridad por caprichos del destino?
No lo sé, no me pida precisiones cuando hago preguntas retóricas. Pero sin duda unos cuantos, que ven con impotencia el avance de pobres representaciones del género humano a los estamentos superiores de la consideración popular.
Algunos dirán que hablo por despecho, pero no me estoy refiriendo a mí mismo, sino a Heriberto Leguizamón, talentoso, original e ignoto hombre de las tierras que vieron nacer a una Lola Mora, una Mercedes Sosa o un Alejandro Romay.
Para quien nace entre pinceles, la vocación artística es sospechosa, una solución sencilla a las incertidumbres vocacionales.
Para Heriberto, que lo más parecido a una computadora con lo que creció fue un caballo que lo llevaba a la escuela rural, la distancia entre el punto de partida y los lugares a los que accedió fue tan grande que cuesta dimensionarla.
El mundo necesita gente capaz de sobreponerse a los límites de cristal que la realidad percibida les crea. Gente capaz de salirse de la caja (y contratar otra compañía de seguros).
Leguizamón fue uno de ellos. Yo simplemente rescato del olvido a otro ilustre e injustamente desconocido.


lunes, 13 de octubre de 2014

Orígenes de la imprenta. Todos unidos imprimiremos.

Por algún motivo me parece que mediados de octubre es una buena época para traer a la memoria colectiva a un polémico impresor renacentista, al que no se discute más solo porque se lo ignora. Esto no es casual. Durante mucho tiempo se prohibió incluso la mención de su nombre, en la creencia —en algún punto fundada— de que lo que no se nombra no existe. No contaban con que a la pretensión de algunos pocos malintencionados, la vence la voluntad de muchos.
Se discute cuán muchos o cuán pocos. No me atrevo a dilucidar aquí tal incógnita, pero de que existió, conquistó el corazón de los impresores, fue reprimido, olvidado y hoy recordado por pocos, no me caben dudas.
Queda a criterio del lector decidir si estas viejas antinomias venecianas siguen vigentes.
No es mi función jugarme y tomar partido. A lo sumo juego partidos y tomo (pero nunca al mismo tiempo porque le pifio a la pelota).



miércoles, 17 de septiembre de 2014

¿Por qué lo ISO? (el sufrimiento de Norma Din)

La existencia de las certificaciones de calidad no son más que la demostración palmaria de que vivimos rodeados del engaño y la mentira. Me pregunto —como ya es costumbre— ¿El impecable boletín obliga al alumno a estudiar más o le da permiso para no hacerlo? ¿Será cómodo dormir sobre laureles?
¿Qué es una certificación si no una certeza plasmada en papel? Los que creen en las certezas se merecen las desilusiones a las que se ven expuestos. Sin embargo los negocios piden papeles, y terminamos sometiendo todos los aspectos de nuestra vida a esta lógica algo burocrática.
No pretendo aquí asumir la posición seudoprogresista de quienes dicen —por ejemplo— que no se casan porque el amor no necesita papeles, porque cuando esos libertarios van al baño y no hay papel se olvidan de los ideales y solo los salva el amor si quien los ama les alcanza un rollo.
No seamos fanáticos, que hasta el ecologista más extremo usa veneno para cucarachas. Pero volvamos a la calidad.

Dicen los japoneses que la calidad bien entendida empieza por casa. ¿Acaso Norma Din fue víctima de sí misma? ¿Se sintió presa, tal vez, de la superstición tan arraigada de que quien juzga debe ser mejor que el juzgado?
¿Cómo sobrellevar la incompetencia de no poder encontrar una buena idea y redactarla en forma decente? (esto ya no tiene que ver con Norma, es una pregunta que me hago a mí mismo, que el día que necesite certificar la calidad de lo que hago me tengo que ir a vivir debajo de un puente).
Conformémonos con lo que somos, no preguntemos demasiado a los demás porque corremos el riesgo de que nos digan la verdad. Engañémonos en la autocomplacencia, que lo demás no importa mucho. La verdad duele, pero ya sabemos como viene la mano: primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin bajarse alguna aplicación que nos permita andar sin pensamiento.
En fin, podrán acusarme de cualquier cosa excepto de ser lúcido. Dejemos que este pobre informe hable por sí mismo.


domingo, 24 de agosto de 2014

Artes, oficios y cinturones negros

Ya aparecerán quienes intenten desacreditar esta información, pero no serán los palos en la rueda los que primen por sobre la difusión del conocimiento. Algunos lo harán en defensa de una supuesta veracidad histórica, y otros en pro de las represiones necesarias para la vida gregaria.
La capacidad de autocontención transforma la violencia en arte. La sublimación —como la llamarán algunos— hace al hombre más humano. Pero para otros, la pérdida del control, la violencia desatada es más propia de nuestra especie.
Como sea, nadie puede negar el profundo humanismo de nuestro Jekyll. Y no seré yo quien juzgue mal a tamaño talento, por unos insignificantes arranques de mal genio.
A continuación una pequeñísima semblanza de un hombre extraordinario, que estuvo a una letra de ser estación de tren.