domingo, 23 de noviembre de 2014

El noble Heriberto, software y gastronomía regional

¿Cuántos genios quedan a la vera del camino de la celebridad por caprichos del destino?
No lo sé, no me pida precisiones cuando hago preguntas retóricas. Pero sin duda unos cuantos, que ven con impotencia el avance de pobres representaciones del género humano a los estamentos superiores de la consideración popular.
Algunos dirán que hablo por despecho, pero no me estoy refiriendo a mí mismo, sino a Heriberto Leguizamón, talentoso, original e ignoto hombre de las tierras que vieron nacer a una Lola Mora, una Mercedes Sosa o un Alejandro Romay.
Para quien nace entre pinceles, la vocación artística es sospechosa, una solución sencilla a las incertidumbres vocacionales.
Para Heriberto, que lo más parecido a una computadora con lo que creció fue un caballo que lo llevaba a la escuela rural, la distancia entre el punto de partida y los lugares a los que accedió fue tan grande que cuesta dimensionarla.
El mundo necesita gente capaz de sobreponerse a los límites de cristal que la realidad percibida les crea. Gente capaz de salirse de la caja (y contratar otra compañía de seguros).
Leguizamón fue uno de ellos. Yo simplemente rescato del olvido a otro ilustre e injustamente desconocido.