martes, 5 de enero de 2016

El malogrado talento tipográfico de Teresa Ascasubi

Teresa Flora Ascasubi, la menor de los Ascasubi, nacida en el corazón de la alta alcurnia, fue la niña mimada del viejo Nicanor Ascasubi. A tal punto que este no solamente consintió que estudiara, sino que apenas le reprochó tibiamente que su interés se volcara a la tipografía.

Se trató de una de esas personas dotadas que tuvo la mala suerte de que su talento se ha expresado por canales ásperos para, no digamos ya la idolatría, sino siquiera para la aceptación popular o al menos la académica, que debería poder prescindir de las formas y los modos y reconocer la solidez de una propuesta.
No quiero que los rodeos (around the Hussein, como dirían los iraquíes) desalienten al lector antes de que pueda entrar de lleno en el nudo del asunto.
Vamos directo al momento puntual en que en Teresa —ignota tipógrafa, incapaz de vender alguna de sus pobres creaciones— va al baño a defecar (pemítaseme la crudeza del vocabulario) con la indiferente perspectiva de un placentero trámite cotidiano.
Teresa se pone de pie y —como todo el mundo— mira el bendito producto de su vientre. Una forma que hubiera sido inadvertida por un cajero de supermercado o un empleado gastronómico, llama la atención de nuestra heroína, formada en los sutiles matices de las curvaturas, contraformas y remates.
Un ampersand sobrio y exuberante a la vez yace —majestuoso y perfecto— semisumergido.

¿Qué hacer?
A Teresa se le mezclan las sensaciones de satisfacción y fastidio.
¿Por qué así? ¿Por qué ahí?
A la bronca inicial le sigue la certidumbre de lo efímero, al igual que aquel personaje del cuento que está solo en la playa en la que Picasso acaba de dibujar con un palo en la arena poco antes de que suba la marea, Teresa no tiene cámara fotográfica. Decide tomar apuntes del natural para conservar esa manifestación de su mundo interior (por si las moscas).
El formol, además de presentar severos problemas logísticos, implicaba la manipulación con el riesgo de la pérdida de alguna sutileza o matiz de signo tan perfecto que cualquier modificación solo podía empeorarlo. Además no había ninguna certeza de que el milagro fuera a repetirse.

Dicen los perezosos de la ciencia que un rayo no cae dos veces en el mismo lugar, confundiendo una improbabilidad estadística con la verdad.
Cualquiera puede poner una pelota en el ángulo alguna vez, pero cuando lo maravilloso se repite con frecuencia podemos hablar de talento, porque la suerte no suele ser tan generosa. La cosa es que cada rayo empezó a caer demasiado cerca de su predecesor.
Para hablar claro: Teresa Ascasubi iba al baño una vez por día y el producto era una letra, un número o un signo no alfabético diferente, de fantástica factura, que sistemáticamente era dibujado en la libreta de apuntes que ella llevaba a todas partes, ya que su irregularidad intestinal le hacía imposible prever la urgencia del talento. Suponía —tal vez con razón— que la pérdida del registro de un signo dejaría un hueco en mapa de caracteres, ya que su organización gastrointestinal —como sea que diera lugar a este fenómeno— era indiferente al registro*.


Hay en muchos de nosotros un punto de inflexión en el que la alegría por lo que se tiene se transforma en ansiedad por lo que falta. Un sentimiento de clase media en el que el agujero empieza a crecer hasta la obsesión y el placer deja lugar a la insatisfacción.

En Teresa, de pobres resultados a través de los medios tradicionales de diseño de tipografías, este milagro empezó a pesar demasiado. ¿Y si no era capaz de completar la familia tipográfica? Probó dibujar mirando las fotos, tratando de entender los criterios intestinales que funcionaban como recurrencias de su sistema, pero el resultado era muy desalentador. No había caso. Cuando quiso dibujar bien le salió como el culo, y paradójicamente, cuando quiso dibujar como el culo le salió mal.

Todos sabemos que un posible efecto de la ansiedad es el excesivo control. Lo que en otros es bloqueo creativo, en Teresa podríamos llamarlo tránsito lento, con las previsibles consecuencias: cuando uno más quiere menos sale, y cuando sale hay algo forzado. Para usar una analogía que el lector siempre agradece en estos temas algo escatológicos, un exceso de cocción también arruina la torta.
Los glifos ya no tenían la misma plasticidad, se los notaba rígidos, casi modulares.
Asoman signos de desesperación en Teresa (pero no de la forma que ustedes están pensando), cambia su carácter (tampoco en la forma que están pensando), lo que le preocupa aún más, ya que sospecha que hasta tanto no recupere cierto equilibrio espiritual, estas tensiones se reflejarán en los signos.
Gracias a un laxante que le prescribe un médico amigo, la Ascasubi produce todos los números en un día, pero las curvas tienen otra velocidad, los pesos se hacen desparejos y le queda claro que las soluciones artificiales no le servirán.

Unas vacaciones y un cambio de dieta colaboran con el proyecto, que de a poco vuelve a encaminarse. Teresa Ascasubi se envalentona y promociona su producto aun antes de terminar. El plazo final se acerca, pero ella razona que el apuro no debería ser contraproducente, porque a lo sumo tendrá que terminar cagando, y eso no la asusta.

A poco tiempo del final restan diacríticos y signos de puntuación. Es momento de autolimitarse. La Ascasubi restringe su dieta, las cosas empìezan a encaminarse a su final cuando negras nubes aparecen en el horizonte creativo. Las nacientes hemorroides amenazan con echar por la borda el enorme esfuerzo de nuestra heroína. Un rápido tratamiento permite a Teresa finalizar su propuesta, llevarla al plomo y venderla. Nadie sospecha los íntimos procesos de diseño que han dado lugar a la impecable e instantáneamente exitosa creación.

Estimulada por el reconocimiento, Teresa Ascasubi investiga secretamente las dietas más apropiadas para generar variables de peso y entrena sus esfínteres para la ardua tarea de generar una familia de trazo gradual. Su trabajo la eleva a un lugar destacado en la consideración de los tipógrafos. Pero las novedades pasan y la fama se desvanece rápidamente. Quien ha estado a la sombra de otros durante toda su vida no resigna fácilmente los primeros planos, y es entonces cuando comete un imperdonable error. Buscando recuperar cierta notoriedad, da una entrevista a U&lc en la que explica su forma de trabajo.

Ya era difícil ser mujer y tipógrafa, y todo se pone peor una vez blanqueado el método de diseño.
Primero fue la incredulidad, y pronto la burla que saltó rápidamente del limitado ámbito tipográfico al conocimiento público. Ya no hubo vuelta atrás. Teresa ya no pudo salir a la calle sin ser sometida al cruel escarnio.

Las pacatas fundidoras retiraron sus tipografías de la venta, su padre la desheredó y la Ascasubi comenzó a caer en el pozo ciego de la depresión. Ya en bancarrota —forzada por las circunstancias— hizo algunas publicidades de productos contra el estreñimiento y la diarrea. La última fue de un papel higiénico ultra resistente con el que poco después se colgó.

Quiero homenajear hoy a una mujer que estaba destinada a quedar en los anales de la tipografía, pero cuyo recuerdo se disolvió en las cloacas del olvido.

A veces Dios toca a sus criaturas con tal intensidad que su amoroso dedo las atraviesa hasta que se desangran.

* No deja de maravillarnos hoy que los signos hayan sido del mismo tamaño, considerando que su producción implicaba necesariamente ir(se) de cuerpo.

[Extraído del libro La tipografía visceral. Análisis de la obra de Teresa Flora Ascasubi, de Ana L. Sorullo]

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