martes, 31 de diciembre de 2013

Saludo findeañero

Si bien lo del calor es solo para estas latitudes, lo de la elegancia es universal.
Gracias a todos los que una o muchas veces se han dado una vuelta por aquí.
El próximo año seguiremos, porque lo nuestro es la búsqueda de la fama por el camino más largo, y si no llega será porque no la hemos merecido. Quién sabe, a lo mejor la fama termine siendo como el premio Nobel de la paz: lo recibe cada uno que ya empieza a dar vergüenza ganarlo.
Disfrutemos entonces de las infravaloradas mieles del anonimato, en esta época en la que cualquiera puede decir cualquier barbaridad, y recuerden: si la felicidad no llegó aún es porque el tránsito está terrible.
Feliz 2014 (digo yo como si no fuésemos a comunicarnos en el transcurso del mismo, aunque comunicarnos, lo que se dice comunicarnos..., en fin).
Un cálido abrazo, casi un abraso.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Tipografía y antropofagia en la Bauhaus

En estos tiempos casi festivos y de reconciliación (al menos en Polonia) recordamos una página tan oscura de la tipografía como de la gastronomía.
Una ventaja de idealizar el pasado es que no duele estudiarlo. En este caso no sé si duele, pero sin duda es indigesto. La historia no pierde demasiado con este olvido. Convengamos que si la Bauhaus ha sido reconocida no es precisamente por sus experimentos fallidos, pero ¿qué habría sido de ella sin el necesario lado experimental?
Una escuela que pudo salirse de la seguridad académica para abrirse a conocer más.
Poner el ojo hípercritico sobre este show equivale a investigar los forúnculos de László Moholy-Nagy.
Entonces ¿qué fin noble puede tener sacar estos trapitos al sol en este momento? Créanme que me he planteado el conflicto entre la mentira que hace bien y la verdad que hace mal.
Como en El tema del traidor y del héroe, el personaje elige callar, pero Borges antes elige decir lo que el personaje calla.
También yo elijo contar, porque hace tiempo me he comprometido con la verdad. Ella insiste en que nos casemos pero yo tengo miedo que cambie nuestra relación, y como tengo miedo de que se ofenda no se lo puedo decir, o sea que le miento a la verdad, pero es probable que ella se dé cuenta y no me lo diga, lo que todavía es peor. Les prometo que si la verdad y yo llegamos a una crisis tal que nos lleve a separarnos, ustedes serán los primeros en saberlo. Y de ninguna manera esto significaría que dejemos de quererlos, es solo que no podemos estar juntos, al menos por ahora. Al menos por ahora no hay de qué preocuparse, chiquilines.
Pareciera que me fui de tema pero no. En aquella oportunidad coincidieron los jóvenes sedientos de fama y el destino trágico. Se juntaron el hambre y las ganas de comer. El aislamiento que relaja la moral, la progresiva pérdida de peso tipográfico y el instinto de supervivencia hicieron el resto.
No nos apuremos a condenar, que es muy fácil juzgar al que tiene hambre cuando un varénike o un Danonino nos sonríen desde el plato.
Felices fiestas.



miércoles, 4 de diciembre de 2013

Domenico Felice y los entretelones del Renacimiento italiano

Como aquel que lucha por su derecho a ocupar un lugar, y ni bien llega se preocupa de cerrar las puertas a otros que luchan por el mismo derecho...
Como el hijo de inmigrantes que culpa de todos los males a los nuevos inmigrantes, porque inmigrantes eran los de antes...
Tal vez porque la empatía desafía a las leyes del mercado, ya que su escasez no aumenta su valor...
En una de esas porque cuesta mucho reconocer al otro como un igual...
Quizá porque tenía necesidad de usar puntos suspensivos y no encontraba una buena excusa...
A lo nuestro...
Dicen que Aldo Manuzio era una persona difícil. Los más audaces interpretan que debe haber sufrido mucho de niño en la escuela por las rimas fáciles de su apellido.
Pero sean cuales fueren los motivos, Aldo solía referirse despectivamente a gente como Felice, vociferando “¡desde que inventaron la imprenta cualquier gile* edita un libro!”.
Felice parecía hacer oídos sordos pero probablemente era herido por cada comentario de alguien que era considerado un referente de la época.
Se dice que era tal la admiración que Felice sentía por Manuzio que lo seguía por las calles de Venecia (munido apenas de un snorkel) sin atreverse a hablarle.
Si acaso hubieran podido conversar, Domenico hubiera comprendido que Aldo era una persona común y corriente, y no un dios del Olimpo editorial, inaccesible y lejano pontificando desde su erudición incomparable. Y tal vez Aldo hubiera admitido que Domenico no era necesariamente el ser incapaz de articular dos ideas, el imbécil que suponía, sino apenas un hombre que busca el reconocimiento y afecto de los demás a través de su trabajo (pero incapaz de articular dos ideas y algo imbécil).
Tal vez el encono de Aldo Manuzio —vanidoso, recordemos aquí— sencillamente se debía a que no admitía la competencia.
Pero lo cierto es que no lo sabemos, porque cuando volvemos a buscarlo, el pasado nunca está donde creíamos haberlo dejado.

* gil