jueves, 5 de enero de 2012

Barbie, Gutenberg y San Martín

¡Cuántas pequeñas miserias se esconden en los pliegues de los vínculos humanos! El paso del tiempo va –paradójicamente– planchando arrugas de la memoria, con su eterno afán de simplificación. Como si viésemos las texturas de los óleos de Rembrandt a través de las reproducciones del Manual del alumno Bonaerense de Editorial Kapelusz. No perdamos de vista los matices que enriquecen, no plastifiquemos la historia, no hagamos un lifting del pasado. Son esas imperfecciones algunas de las cosas que tornan humano al muñeco empaquetado y listo para venderse en las estanterías de la Historia.
Los pesadillas recurrentes de Belgrano, conduciendo el éxodo jujeño en calzoncillos, las hemorroides de G-I-Joe, las dudas sobre la Teoría de la Evolución del dinosaurio Barney, los pequeños detalles que humanizan el bronce y el plástico.
Es en este contexto en el que se inscribe esta sencilla anécdota en la vida del verdadero Gutenberg, no el mitológico que el establishment tipográfico pretende imponer, sino el Johann que cuando nadie lo veia se hacía peinados a lo Carmen Miranda en el espejo y bailaba moviendo sus caderas como nadie más en Maguncia podía hacer.


2 comentarios:

  1. Barbie, Ken, Roberto Esponja, Mazzinger, ¿qué más da? Lo importante es la estructura, no el personaje. No se ate a un nombre como Ulises al palo mayor para escuchar los cantos de Sirena Williams. Disculpe si sueno oscuro, pero a veces miro la realidad con sol de frente.

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