¿Qué es el éxito sin amor? ¿Qué estamos
dispuestos a cambiar por qué? ¿Qué tipo de pactos haríamos con alguna
potencia superior para obtener aquello que creemos que nos haría
finalmente felices?
Como siempre encaramos este espacio desde las
preguntas. En estas épocas posmodernas la duda tiene buena prensa, y
las preguntas ya han perdido es estatus de admisión de ignorancia. Sin
embargo yo asumo la incerteza, pero no sé por qué.
Tampoco sé qué
tiene que ver esto con Plantin, hombre que ha ido y venido entre
vocaciones (al menos si damos fe a este informe) buscando lo que todos:
ganar en Wimbledon, o, en su defecto, ser feliz.
Apostamos a subir
posiciones en el ranking de la vida para morir exitosos.Postergamos el
placer presente por la incierta felicidad futura, ponemos monedas de oro
en las AFJP del destino con la ilusión (vana) de no ser estafados.
Dicen que si el tiburón se queda inmóvil se muere. ¿Será cierta esta
metáfora del deseo? Probablemente debamos esperar para saberlo a la
semana del tiburón, de Discovery Channel (evento equivalente a la semana
de la dulzura, el día del amigo o a la quincena de Lacan, en Utilísima
satelital).
¿Qué lleva a Cristophe Plantin a abandonar la seguridad
de la tinta y el plomo por la adrenalina de los encordados y el polvo de
ladrillo? ¿Qué lleva a cualquiera a dedicarse al tenis, deporte en el
que cada vez que cometemos un error salta un señor o señora a gritártelo
en la cara? ¡No!, te dicen. No, no, no, como padres demasiado exigentes
que usan distinta vara para los aciertos... Ninguno grita ¡Sí!, y lo
aguantamos, pero después nos quejamos de la intolerancia. ¿Qué hace el
Inadi? y... nadi... ¿Y qué hace con los intolerantes a la lactosa? Mala
leche.
¿Estoy siendo incoherente? Igual nadie lee textos largos así
que la indiferencia de mis propios lectores me mantiene a salvo del
descrédito.
martes, 27 de agosto de 2013
lunes, 12 de agosto de 2013
Todo en su justa medida. Orígenes de la tipometría
Medir parece hoy tarea de obsesivos, inseguros e ingenieros. Los dandys tienden a despreciar los vueltos de cinco centavos, pero los contadores y los matemáticos saben que sin ellos las cuentas no cierran.
Los bancos quieren que sus cuentas cierren, pero que no les cierren las cuentas, ¿y tú qué cuentas?
Ni medir todo ni el masomenismo generalizado, parece decir el ciudadano medio, el sentido común, el votante de centro.
Hay circunstancias en la historia en las cuales quienes se atrevieron al titánico proyecto de medir y estandarizar abrieron las puertas a logros paradójicamente inconmensurables.
Aunque muchos añoran esos tiempos sin medida, esa fluidez del ser sin la condena a plazo fijo de la muerte por venir, otros, Cabrales, soldados heroicos, murieron contentos tras sacar a la humanidad de abajo del caballo de la imprecisión.
A nuestro héroe la historia lo ha acompañado hasta las puertas de la posteridad y le ha dicho “aguarda aquí, que ya regreso”. Un Penélope, esperando con su bolso de piel marrón y sus zapatitos de tacón, a su Ulises de la fama que nunca volvió por él.
Quedó sentado en las escalinatas de la historia rumiando bronca mientras otros, posteriores, entraron por la puerta grande y hoy figuran en todos los libros de tipometría.
Como ningún otro historiador ha dado indicios de querer reivindicar a Yanclod (¿no saben? ¿no les importa?), otra vez me veo en la obligación moral de hacerlo yo.
Los bancos quieren que sus cuentas cierren, pero que no les cierren las cuentas, ¿y tú qué cuentas?
Ni medir todo ni el masomenismo generalizado, parece decir el ciudadano medio, el sentido común, el votante de centro.
Hay circunstancias en la historia en las cuales quienes se atrevieron al titánico proyecto de medir y estandarizar abrieron las puertas a logros paradójicamente inconmensurables.
Aunque muchos añoran esos tiempos sin medida, esa fluidez del ser sin la condena a plazo fijo de la muerte por venir, otros, Cabrales, soldados heroicos, murieron contentos tras sacar a la humanidad de abajo del caballo de la imprecisión.
A nuestro héroe la historia lo ha acompañado hasta las puertas de la posteridad y le ha dicho “aguarda aquí, que ya regreso”. Un Penélope, esperando con su bolso de piel marrón y sus zapatitos de tacón, a su Ulises de la fama que nunca volvió por él.
Quedó sentado en las escalinatas de la historia rumiando bronca mientras otros, posteriores, entraron por la puerta grande y hoy figuran en todos los libros de tipometría.
Como ningún otro historiador ha dado indicios de querer reivindicar a Yanclod (¿no saben? ¿no les importa?), otra vez me veo en la obligación moral de hacerlo yo.
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