lunes, 12 de agosto de 2013

Todo en su justa medida. Orígenes de la tipometría

Medir parece hoy tarea de obsesivos, inseguros e ingenieros. Los dandys tienden a despreciar los vueltos de cinco centavos, pero los contadores y los matemáticos saben que sin ellos las cuentas no cierran.
Los bancos quieren que sus cuentas cierren, pero que no les cierren las cuentas, ¿y tú qué cuentas?
Ni medir todo ni el masomenismo generalizado, parece decir el ciudadano medio, el sentido común, el votante de centro.
Hay circunstancias en la historia en las cuales quienes se atrevieron al titánico proyecto de medir y estandarizar abrieron las puertas a logros paradójicamente inconmensurables.
Aunque muchos añoran esos tiempos sin medida, esa fluidez del ser sin la condena a plazo fijo de la muerte por venir, otros, Cabrales, soldados heroicos, murieron contentos tras sacar a la humanidad de abajo del caballo de la imprecisión.
A nuestro héroe la historia lo ha acompañado hasta las puertas de la posteridad y le ha dicho “aguarda aquí, que ya regreso”.  Un Penélope, esperando con su bolso de piel marrón y sus zapatitos de tacón, a su Ulises de la fama que nunca volvió por él.
Quedó sentado en las escalinatas de la historia rumiando bronca mientras otros, posteriores, entraron por la puerta grande y hoy figuran en todos los libros de tipometría.

Como ningún otro historiador ha dado indicios de querer reivindicar a Yanclod (¿no saben? ¿no les importa?), otra vez me veo en la obligación moral de hacerlo yo.


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