¿Qué es el éxito sin amor? ¿Qué estamos
dispuestos a cambiar por qué? ¿Qué tipo de pactos haríamos con alguna
potencia superior para obtener aquello que creemos que nos haría
finalmente felices?
Como siempre encaramos este espacio desde las
preguntas. En estas épocas posmodernas la duda tiene buena prensa, y
las preguntas ya han perdido es estatus de admisión de ignorancia. Sin
embargo yo asumo la incerteza, pero no sé por qué.
Tampoco sé qué
tiene que ver esto con Plantin, hombre que ha ido y venido entre
vocaciones (al menos si damos fe a este informe) buscando lo que todos:
ganar en Wimbledon, o, en su defecto, ser feliz.
Apostamos a subir
posiciones en el ranking de la vida para morir exitosos.Postergamos el
placer presente por la incierta felicidad futura, ponemos monedas de oro
en las AFJP del destino con la ilusión (vana) de no ser estafados.
Dicen que si el tiburón se queda inmóvil se muere. ¿Será cierta esta
metáfora del deseo? Probablemente debamos esperar para saberlo a la
semana del tiburón, de Discovery Channel (evento equivalente a la semana
de la dulzura, el día del amigo o a la quincena de Lacan, en Utilísima
satelital).
¿Qué lleva a Cristophe Plantin a abandonar la seguridad
de la tinta y el plomo por la adrenalina de los encordados y el polvo de
ladrillo? ¿Qué lleva a cualquiera a dedicarse al tenis, deporte en el
que cada vez que cometemos un error salta un señor o señora a gritártelo
en la cara? ¡No!, te dicen. No, no, no, como padres demasiado exigentes
que usan distinta vara para los aciertos... Ninguno grita ¡Sí!, y lo
aguantamos, pero después nos quejamos de la intolerancia. ¿Qué hace el
Inadi? y... nadi... ¿Y qué hace con los intolerantes a la lactosa? Mala
leche.
¿Estoy siendo incoherente? Igual nadie lee textos largos así
que la indiferencia de mis propios lectores me mantiene a salvo del
descrédito.
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