Tsetsuko había terminado de conversar acerca de la luz y la sabiduría, el maestro se había ofuscado un poco. Al otro día, más tranquilo, accedió a seguir la conversación. Se le acercó y le dijo:
–Las nubes del conocimiento ocultan
la luz de la sabiduría, pero a veces filtran las terribles verdades para
hacerlas más tolerables.
–¿Y traen
lluvias?
–A veces.
–¿Es buena
la lluvia?
–La lluvia limpia la mente. Siempre
llueve antes de la salida del sol.
–No
siempre.
–No, era otra analogía, el momento
más oscuro de la noche es antes del amanecer, la calma que precede a la tormenta...
–¿Qué
tormenta?
–No importa.
–¿Necesitan
la lluvia las plantas?
–Pregunta solo lo que necesitas
saber.
–¿Obtendré
respuestas?
–Las respuestas llegan solas.
–Cuando el
examen ha terminado.
–La mente sabia no estudia, aprende.
–No
entiendo.
–Estudiar es atar aves al árbol para
escuchar su canto.
–Si amas a
alguien déjalo libre.
–En fin...
–¿Yo soy el
ave, el árbol, el atador o la soga?
–Tu eres un refrigerador.
–¿Puedo
liberar las aves del conocimiento para disfrutar del árbol de la sabiduría?
–La verdadera libertad no depende de
otros. La libertad sucede.
–Como el
sol cuando amanece.
–Cuando llueve las aves cantan, la
señora mayor –dentro de la cueva de las realidades aparentes– se levanta.
–Que sí,
que no...
–¿Elegiría no cantar el ave si
supiera que su canto lo encadena al árbol?
–¿Acaso
alguien elige?
–Cantar está en su naturaleza.
–Como la
rana y el escorpión.
–La rana, consciente de la naturaleza
del escorpión, ha sacado un seguro de vida que asegura un buen pasar a varias
generaciones de renacuajos.
–¿Hay
alguna enseñanza allí?
–Si no puedes ir contra tu destino
al menos trata de sacar algún provecho de él.
–Era mejor
atarle la cola al escorpión.
–Tu cerebro supera en inteligencia
al de una rana... por poco.
–¿Las
compañías de seguros aseguran ranas?
–No podría asegurarlo. Se trata de
una fábula.
–¿Necesitan
las ranas la lluvia?
–Como la mente necesita limpiarse de
los pensamientos que la atan.
–¿Habría
ranas sin lluvia?
–Si un árbol cae en el medio del
bosque y nadie escucha su caída...
–¿Qué pasa?
–Exacto.
Tsetsuko empezaba a percibir cuando el maestro sentía que lo dicho era suficiente. Dosificaba su sabiduría como un diafragma que deja pasar la cantidad justa de luz. Lo que él entendía que el discípulo podía asimilar en una conversación. Maravilloso docente, miraba su reloj, levantaba la vista y le decía que se vaya a meditar. Él se iba lentamente hacia su habitación, encendía su humilde televisor y se preparaba para ver “Dallas”, que ya estaba por comenzar.